Esa es toda una declaración. Pero no creas que siempre lo tuve tan claro.
Durante la mayor parte de mi vida busqué todas las respuestas afuera. En mi carrera. En mis ídolos. En mis amigos. En mis parejas. En mi familia. En lo que creía que tenía que tener. En lo que tenía que saber o pensar. En la mirada de los demás.
Durante los primeros 30 años de mi vida tuve básicamente dos objetivos: ser exitosa y encontrar el amor.
Mi definición de encontrar el amor para toda la vida era enamorarme de un hombre interesante que compartiera mis ideas y mis proyectos. Mi medida de éxito era ganar mucho dinero y ser una profesional admirada. Y había diseñado un plan de acción en donde había convertido a estos dos objetivos en mi propósito.
En mi vida perfectamente organizada -en mi cabeza-, cuando llegara a mi tercera década estaría casada, tendría ya dos hijos y ocuparía un puesto gerencial en una multinacional.
Como en la vida todo llega, ese momento también llegó.
Para mi cumpleaños número 30 estaba en pareja hacía ya 5 años con un hombre maravilloso... que no tenía la más mínima intención de casarse o tener hijos. No sólo conmigo, con nadie. Y vaya sorpresa: había descubierto que a mí me pasaba lo mismo.
Pero ahí no terminaba la cosa. Estaba en plena crisis profesional. Había alcanzado una posición de gerente en una multinacional petrolera con operaciones en todo el mundo, "la" empresa donde todos los ejecutivos exitosos de la época querían estar. Donde ganaba un mega sueldo, viajaba para cumplir funciones a distintos destinos del mundo (incluso a veces en jet privado), tenía un despacho más grande que mi departamento, un auto con chofer en la puerta cuando lo necesitaba y manejaba un presupuesto de marketing millonario.
Desde afuera, era una mujer muy joven con mucho éxito. Y sin embargo, por dentro sentía un enorme vacío.
En un momento se hizo muy claro que en mi búsqueda de la felicidad estaba totalmente perdida y a la deriva.
Era feliz de a ratos, pero sentía que esa emoción era como agua que se me escapaba entre los dedos, cada vez más huidiza, cada vez más efímera. Esos objetivos que había convertido artificialmente en propósitos no habían funcionado. Me dejaban en un lugar donde no había nada, donde todo significaba nada. Tenía que volver a empezar.
Siempre digo que tuve mucha suerte en descubrir muy rápido en la vida que la felicidad plena no pasa por tener éxito desde la mirada del afuera, por tener mucho dinero, o por tener un compañero al lado.
Pero ojo, no me entiendas mal. Me parece buenísimo que ganes mucha plata y que vivas la vida en pareja. A mí también me encanta eso. Sólo que esas dos cosas no son tu propósito. Esas dos cosas, por sí mismas, no le van a dar sentido a tu vida.
Apretemos el botón de un control remoto mágico y avancemos rápido, 17 años para adelante.
Había pasado ya mucho tiempo desde aquel enorme punto de inflexión en mi vida, y mi búsqueda de "eso" que me hiciera sentir plena continuaba. Quería entender por dónde ir para sentirme realizada.
Buscaba por todas partes, pero nada más difícil que buscar cuando no sabés qué tenés que encontrar, ni para dónde ir.
Alguien me habló del coaching. Y empecé un camino de auto-conocimiento muy, pero muy doloroso, y mágico a la vez.
En ese tiempo aprendí a quererme y a perdonarme, y por fin comprendí una frase que había leído varias veces pero que no había terminado de entender:
"Antes de poder decirle a mi vida qué quiero hacer con ella, debo escucharla para que me diga quién soy" - Parker Palmer.
Y ahí está la clave. No se trata de que vos definas qué camino tomar. Se trata de soltar el volante, de largar el control y dejarte guiar por el Amor. Hacia vos mismo primero, escuchando tus experiencias de vida, tus pasiones, tus obsesiones, tus vulnerabilidades, todo eso que te hace único, tu magia, para entender hacia dónde tenés que ir. Tratándote con el mismo afecto y cariño con el que tratás a esas personas que tanto querés.
Porque no es posible expandir tu magia al mundo y amar al que tenés al lado si antes no te amás a vos mismo.
Si no te conocés, si no te perdonás, si no te respetás, si no te valorás, si no tenés la convicción plena que de verdad, así exactamente como sos hoy, sos suficiente.
Este Amor con mayúscula, que emana desde vos hacia todo lo que te rodea desde un lugar de total aceptación, desde un lugar de compasión, desde ponerte al servicio, es el Amor para siempre.
Y por fin descubrí, hace apenas un par de años, que el verdadero éxito es re-conectar con nuestro propósito y usar nuestra magia, todos los días, para servir a los demás.
Y desde ese lugar, todo cobra sentido.
Ya es hora de cobrar lo que vale tu talento. 😉