Hoy caminaba por la calle y me encontré con una situación que me hizo reflexionar e inspiró esto que te cuento hoy.
“No tengas miedo” le decía una mamá a su hijo, que se escondía detrás de ella, aterrado por la presencia de un perro bastante grande. Aclaremos que el perro era un gran danés y que el chico tendría dos años, máximo. “Es cachorro. No tengas miedo”, decía su dueña. "Acaricialo, no te va a hacer nada", insistía la mamá.
“Bueno”, pensé. “Si yo tuviera enfrente un perro con la misma altura que yo, cara a cara, seguramente también me escondería detrás de mamá.”
Y después me quedé pensando. Porque acá hay varios puntos interesantes.
Que la mamá diga “no tengas miedo” y que la dueña del perro lo refuerce, no ayuda a que el chico comprenda, a futuro, que las emociones sirven. Y que en vez de mutearlas, está bueno verlas y aceptarlas, para entender qué va a hacer con ellas cuando aparezcan.
Y sí, ya sé, entiendo la intención de la mamá. Y también está claro que a un chico de dos años no se le puede recitar una oda a la importancia de las emociones. Pero lo destaco porque es parte de nuestra cultura desplazar el miedo y lo tenemos naturalizado, como si un par de palabras lo fueran a hacer desaparecer como por arte de magia.
Ahora bien. Traslademos esto a nuestra vida cotidiana. A nuestros propios miedos ya siendo adultos y nuestras ganas de empezar algo nuevo: un negocio alineado con nuestros valores y con nuestra pasión, por ejemplo. Un trabajo que nos va a encantar hacer cada día, que nos dará una razón para levantarnos felices cada mañana.
Justo tengo unos cuantos ejemplos de este mundo, porque es el ámbito en el que yo trabajo. Me dedico a ayudar a las personas a re-conectar con su propósito, para que puedan monetizar su magia y vivan con independencia económica y libertad de acción.
Y en todo este tiempo fui encontrando varias frases que se repiten, casi como mantras. Frases que sirven como excusa para aplacar lo que sentimos.
Porque los humanos adultos somos así. Vivimos tantos años muteando al miedo, tratando de no experimentarlo (posiblemente porque escuchamos demasiadas veces “no tengas miedo”), ignorándolo, que buscamos caminos divergentes que nos distraen de lo que realmente queremos hacer, de nuestros sueños, de nuestros deseos.
Mientras no sintamos miedo ("no tengas miedo"), vayamos por ahí. Es como escondernos detrás de las piernas de mamá, pero en versión madura socialmente aceptada.
Te dejó aquí una colección de esas frases. Y te doy una pista: si te sentís identificado con alguna, es momento de revisar tus miedos y dejar de dar vueltas.
Esta idea se asocia a que ya no te van a querer más si hacés lo que tenés en la cabeza. Que vas a cambiar y te vas a aislar. Que si te empieza a ir realmente bien no vas a tener tiempo para nada y vas a ser infeliz.
A veces viene de la mano con un concepto sobrenatural. Como si alguien tuviera que tocarte con la varita mágica para transformarte en otra cosa que no sos, o como si el espíritu-genio de Steve Jobs tuviera que meterse en tu cuerpo para guiarte en el camino hacia tu magia.
Pero ahora sos adulto, y el permiso no viene más de afuera. No viene de tu mamá, ni de algo místico, te lo podés dar vos mismo.
Si estás dando vueltas con esto, te das recurrentemente esta explicación: “tendría que… pero…”.
Siempre le falta aprender algo más. Participó en todo webinar habido y por haber, se descargó todos los PDFs, vio todos los videos gratis sobre el tema en YouTube, escuchó como 1.000 podcasts.
Tiene demasiada información y abarca una enorme amplitud de temas, pero no tiene verdadera profundidad en ninguno. Le dedica mucho tiempo a contenido superficial que no le aporta el valor que necesita.
Su frase suele ser: “no le encuentro la vuelta”.
Parecido al anterior, pero ya está varios pasos más allá. Agachado en la línea de largada, pero sin largar del todo.
Siempre le falta tener, planificar, producir o diseñar algo.
Nunca termina de armar el sitio, ni las redes sociales, ni las tarjetas de visita, ni las propuestas, ni organizar las reuniones en su agenda, ni tiene la ropa adecuada, se rompió el auto…
Aquí la historia es: “lo voy a hacer cuando… [haya hecho tal cosa]”.
Arrancó, pero va a paso de tortuga. Hace algo hoy, espera 2 meses, retoma.
No quiere enfrentarse a lo que le pasa. Hay alguna verdad oculta detrás de la dilación, estirar el tiempo es una ayuda para no enfrentarla.
Se auto-convence diciéndose: “mejor voy paso a paso”.
¡Ah, mi tribu de perfeccionistas! Si hay un grupo con el que me identifico es este.
Al fin y al cabo, siempre hay margen para hacerlo un poquito mejor, ¿o no?
En este caso, ese no es el punto. Hacerlo bien está bien, por supuesto. El problema es que, para el perfeccionista, nunca es suficiente. Sus expectativas son demasiado altas. Nunca está lo suficientemente bien, ni es lo suficientemente lindo, ni se ve lo suficientemente prolijo.
Se auto-impone una meta cada vez más lejana, y la carrera original de 100 metros se transforma en una ultra-maratón de 100 kilómetros. El trayecto se hace eterno y a mitad de camino, cansado, larga todo.
La historia del perfeccionista es “si no está impecable, no está listo”.
Iba a una carrera. Pero escuchó que había otra en otro pueblo que le pareció mejor, y fue para allá. Cuando estaba a punto de empezar, alguien le sugirió que no se pierda otra carrera que era al día siguiente, así que la de ese día ni la corrió, le pareció mejor guardar energía para la del otro día.
Que tampoco corrió, porque cuando llegó se dio cuenta que se había olvidado las zapatillas. Una señal que no tenía que hacerlo. Si el destino lo dice...
Es un ejemplo exagerado, yo sé, pero ni te imaginás cuántas personas me cuentan que corrigen el rumbo aún antes de ponerse en marcha, estando ahí, al borde de la largada. Y esto no lo hacen una vez, sino muchas veces.
Se dicen a sí mismos que “si no pasó por algo fue, es un señal que no tenía que hacerlo”.
Pagó por talleres de Instagram, de Facebook Ads, de anuncios en Google, pero no ve resultados contundentes.
Suele correr todas las carreras. Y las corre para cualquier lado, sin sentido. La curiosidad lo puede.
Tiene mucha táctica, demasiada, pero no sabe cómo ensamblarla. Le falta estrategia, no tiene definido su nicho, ni su mensaje, ni su método.
Se dice a sí mismo: “puedo aprenderlo por mi cuenta” o "yo solo puedo". No puede, o no quiere, o no sabe, pedir ayuda.
El tema es que no sabe en qué orden aprenderlo ni dónde encontrarlo. Internet es un mar de información, de 1 cm. de espesor. Tenés que saber qué buscar y dónde.
Una de las frases top. Casi todos la tenemos en nuestro repertorio.
Aprendimos en la escuela que equivocarnos está mal. Que no saber está mal visto y conlleva una mala nota, hasta quizá un momento de escarnio público. Y como si todo eso fuera poco, un reto posterior en casa.
Ya como adultos, en vez de interpretar el error como experiencias esenciales que necesitamos atravesar para aprender lo que necesitamos aprender y hacerlo mejor la próxima vez, los evitamos.
La historia que nos solemos contar: “mejor no equivocarme”.
Se cuentan historias acerca de lo que piensan los demás, y las creen como si fueran realidades. Tienen mucho foco en las opiniones de los otros, e incluso a veces las hacen propias y las transforman en creencias, sobre todo las desfavorables.
Naturalizan tanto su magia que son incapaces de verla, aún en los momentos en que más brillan.
Habitualmente precisan re-aseguros, y suelen tener una falsa modestia planteando que lo que hicieron no está tan bien, aunque saben que sí lo está, sólo para comprobar de modo fehaciente la opinión favorable de los demás.
Se dicen a sí mismos, “si hago [esto]… todos van a pensar que…”.
Tiene cosas para contar, sabe que puede hacerlo bien, que puede hacerlo mejor. Pero no habla, no escribe, no levanta la mano, no comparte su magia. En el fondo le da miedo que realmente funcione, porque si eso pasa, entonces va a tener que salir al mundo siendo quien es, va a tener que enfocar en su propósito, no se va a poder esconder más.
Y esto activa todas las alarmas de los puntos anteriores. Es más cómodo resguardarse.
La explicación que se da es “así estoy bien”. Prefiere resignarse.
Bueno. Después de esta colección de excusas, y si te sentiste identificado con alguna de ellas, te preguntarás qué podés hacer para para dejar de dar vueltas y empezar a avanzar hacia tu meta.
¿Querés vivir de lo que te gusta y encontrar tu trabajo con propósito? Sumate a Monetiza tu Magia, trabajá tu miedo, aprendé a usarlo a tu favor y dejá de dar vueltas.
Porque el mundo necesita tu talento.
Si te interesa seguir leyendo más en mi blog acerca de los miedos, hacé click aquí.
Ya es hora de cobrar lo que vale tu talento. 😉